2013


Hay que politizar el amor igual que intentamos politizar el sexo.

Hay que politizar el desamor.

Ácida firmaba hace unos días una entrada maravillosa sobre la soledad y el amor romántico: "La soledad no significa no estar rodeada de buenxs amigxs, eso ya lo sabe todo el mundo. En mi caso, tiene que ver con pasar una día maravilloso, lleno de personas interesantes, llegar a una cama vacía y sentir un agujero en el pecho. Como ya me he declarado feminista de mierda, me da mucho margen para aceptar que me he sentido así, que todo lo que he leído sobre la deconstrucción del amor no me ha servido y que sigo construyendo mi propio proceso".

Coincide con la lectura de Transfeminismos: Epistemes, fricciones y flujos (compilado por Miriam Solá y Elena Urko), y los fantásticos artículos del apartado "El amor siempre fue político". Escribe Helen Torres en El amor en tiempos del Fakebook:

Porque no solo "los hombres y las mujeres de nuestro tiempo" tienen miedo al cambio y reproducen valores y prácticas patriarcales. Las transfeministas también nacimos en esta sociedad; aquí fuimos socializadas, aquí vivimos, amamos, algunas pocas nos reproducimos y aquí mismo moriremos. Nosotras también somos la sociedad.  Hemos de habitar la contradicción, hacernos preguntas interesantes para usar como señales y olvidar los modelos. Generar formas de vida inesperadas que no remitan a un modelo binario de opresión [...]  
Ni la transexualidad ni la homosexualidad son fases superiores de la heterosexualidad. Hay otras exclusiones: de clase, color de piel, país de origen, títulos universitarios, historial depresivo, especificidades corporales y otras de esas pequeñeces que definen al mundo. No somos huestes de Xenas gays: aguerridas, certeras, invencibles. Armadas hasta los dientes y capaces de enfrentarse a todo. Con glamour y mala leche. 
Nadie es valiente todo el rato. A veces nos cansamos. No todas tenemos mala leche. Y mucho menos glamour. ¿Y qué pasa con quienes no pueden ser transfeministas? ¿Qué con quienes han sido oprimidas por otras mujeres (quizás lesbianas, quizás blancas, probablemente feministas)? 
Vivir en la distopía con un libreto utopista es una contradicción dolorosa. Sostener que todas unidas jamás seremos vencidas es peligroso. Y un olvido imperdonable de la historia de nuestras antepasadas. 
Como dijo Haraway, no nos salvará el cyborg como no nos salvó el Che. No se trata de salvarnos sino de crear nuestros propios mecanismos y redes de apoyo. Un lenguaje propio. Otras formas de relacionarnos. Otras maneras de amar. Devenires inapropiados e inapropiables. (p. 241-242)

Y aprender que no pasa nada por no ser valientes todo el rato. Por cansarnos. Y acabar con la culpa. La culpa. La culpa más normativa por no saber perdonar, por abandonar, por dañar, por no cuidar. La culpa de la feminazi cuir por haber quizás perdonado demasiado, por haberse dejado engañar, por no haberlo visto todo con tus gafas moradas. La culpa más normativa por no ser capaz de seguir amando, de seguir necesitando. La culpa de la feminazi cuir por haber amado mal, por haber necesitado. La culpa más normativa por follar sin mirar con quién. La culpa de la feminazi cuir por no saber separar siempre el deseo del amor romántico. La culpa de la feminazi cuir por esperar un mensaje que no llega. La culpa como herramienta del heteropatriarcado para jodernos siempre. Culpa culpita.

Con filosofía no hay árboles, escribía Pessoa. A la hora de la verdad Derrida no se mete en la cama contigo por la noche. Qué de cosas he aprendido en 2013.

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