Ayer hablaba con S. sobre amor y sobre sexo. Sobre la posibilidad de "queerizar" el amor. Sobre la posibilidad de identificarse como genderqueer y de luchar contra las asfixiantes normas de género al mismo tiempo que se mantiene (muy felizmente) una relación afectivo-sexual monógama.
Coral Herrera Gómez lleva años reflexionando sobre la construcción del amor romántico desde una perspectiva queer, de hecho, hablará sobre ello en Madrid y en Pamplona durante el mes de febrero.
La conversación vino al hilo de la participación de Beto Preciado y de Virginie Despentes en el debate sobre el matrimonio igualitario en Francia [acerca de este tema, ambas se vieron envueltas en la polémica cuando respondieron airadas (BP y VD) a Javier Sáez por su artículo El amor es heterosexual]. Me sorprende ver a figuras tan icónicas para la comunidad queer como son ellxs defender de forma tan clara la ley de matrimonio.
Beto Preciado publicó un artículo en Libération (aquí traducido al castellano) titulado: ¿Quién defiende al niño queer?
El niño que Frigide Barjot asegura proteger no existe. Los defensores de la infancia y la familia hacen llamado de la familia política de un niño que ellos construyen, un niño presupuesto heterosexual y bajo la norma del género. Un niño que privan de toda fuerza de resistencia, de toda posibilidad de hacer un uso libre y colectivo de su cuerpo, sus órganos y sus fluidos sexuales. Esta niñez que ellos aseguran proteger exige el terror, la opresión y la muerte.
[...]
En la intimidad del hogar familiar, desplegaba un silogismo que invocaba la naturaleza y la ley moral con el fin de justificar la exclusión, violencia e incluso asesinato de los homosexuales, travestis y transexuales. Comenzaba por “un hombre debe ser un hombre y una mujer una mujer, así como Dios lo ha querido”, continuaba por “lo que es natural, es la unión de un hombre y una mujer, es por esto que los homosexuales son estériles”, hasta la conclusión, implacable, “si mi hijo es homosexual prefiero matarlo”. Y ese hijo, era yo.
[...]
Lo que protegían mi padre y mi madre, no eran mis derechos de niño, sino las normas sexuales y de género que se habían ellos mismos inculcado en el dolor, a través de un sistema educativo y social que castigaba toda forma de disidencia con la amenaza, la intimidación, el castigo, y la muerte. Tenía un padre y una madre, pero ninguno de los dos pudo proteger mi derecho a la libre autodeterminación de género y sexualidad.
Virginie Despentes, por su parte, publica esta carta en Têtu (traducción al castellano aquí):
Si mañana me anuncian que tengo un tumor en el cerebro y que me quedan seis meses, no dispongo de ningún contrato fácil de firmar con la persona con la cual vivo desde hace ocho años que me pueda asegurar que todo lo que tenemos en casa le pertenecerá. [...] Si fuera hetera, estaría arreglado en cinco minutos: una vuelta por el ayuntamiento y todo lo que es mío es suyo. Y viceversa. Pero soy bollera. Entonces, según Lionel Jospin, es normal que sea difícil establecer mi sucesión. Que la podamos refutar o que haya que pagar 60 % de impuestos para poder tocarla. Una pequeña tasa no homófoba, pero que somos los únicos en pagar aunque seamos pareja.
No veo otra palabra que homofobia para describir la hostilidad que siento desde que empezó este debate. Yo crecí como hetera y me parecía normal tener los mismos derechos que todo el mundo. Envejezco bollera y no me gusta nada la sensación que me causan esos viejos velludos en cuanto me declaran desviada. Me gustaría poder casarme y no hacerlo.