La primera vez me acerqué a él con mucho escepticismo, pero me gustó bastante. Es, como el título indica, un libro (capítulo "didáctico", entrevistas a jóvenes y obra de teatro "La poligonera feminista) diseñado para personas que pasan del feminismo ("de hecho te da algo de grima vernos a las feministas en las manifestaciones [...] parecemos paranoicas, ridículas, excesivas, cursis, pesadas, poco objetivas, feas, etc").
Rescato un par de párrafos de los "consejos para las que ya son feministas":
Conviene hacer gala de un feminismo divulgativo ya. Las grandes ideas, y el feminismo lo es, pueden expresarse de manera sencilla. Si no, no son grandes ideas. Hemos demostrado una y otra vez nuestra solvencia teórica y seguiremos demostrándola a través de los estudios de género o del feminismo académico, pero hay que convertir toda esa rigurosa producción teórica en divulgación. Lo digo porque incluso algunos manifiestos resultan oscuros y sólo aptos para las listas que ya se saben la lección. Toca demostrar nuestra valía divulgativa porque las ideas liberadoras deben traducirse a todo tipo de niveles. Quien piensa claro debe escribir claro, y nosotras a veces, sin necesidad ya digo de escribir para la academia, escribimos para nuestro ombligo. No recuerdo quién decía que “la claridad es la cortesía del buen filósofo”, y ha de ser también la cortesía de la buena feminista. Si no, estaremos cayendo en pecado de elitismo y oscurantismo. El lenguaje oscuro ha sido siempre una de las mayores herramientas del poder, mira si no la jerga del Derecho, mira si no cómo la Iglesia Católica gustó durante siglos de usar el latín para dárselas de grande, divina y especial. Quien con su jerga marca distancia no está siguiendo la ética discursiva feminista y de todo movimiento liberador que busque unir a más gente. Si atacamos a las élites patriarcales no podemos reproducir sus malos vicios elitistas.
[...]
Cada mujer agotada, cansada de su vida, y son muchas, guarda en potencia a una feminista. Y para ello no hace falta haberse leído ni a Simone de Beauvoir ni a Judith Butler ni a Amelia Valcárcel. Muchas no iniciadas en el feminismo se creen que no pueden entrar en nuestro “selecto club de lectoras”. Leer más no necesariamente implica tener clara moralmente la práctica feminista. Ni siquiera escribir más. Debemos buscar lo común con las que llegan nuevas, no empezar marcando distancia porque llevamos más años, tenemos más amigas, tenemos más contactos y lecturas, o, en resumen somos ya un poco perras viejas. Si nosotras vamos por la j, la que todavía va por la a debe de ser respetada y escuchada, al fin y al cabo a todas nos queda mucho para llegar a la z. [...] No las corrijamos con altivez porque los egos son frágiles, y a medida que engorda el nuestro disminuye el de nuestra nueva compañera.
La misma autora y la misma Federación publicaron Pero este trabajo yo para qué lo hago (pdf), al que aludí en otra entrada. Voy a copiar también una cita de ese:
Me he preguntado cómo es que cierta gente a la que admiro intelectualmente, gente que me ha dado muchas claves para la rebeldía, para entender que este sistema apesta, me he preguntado, digo, porqué razón esta gente insiste una y otra vez en escribir tan oscuro. Creo que sé la razón, pese al compromiso político, esta gente viene o incluso trabaja en la Universidad. Conozco un poquito este medio, sé algo de sus reglas, de sus exigencias a la hora de hablar y escribir. Aunque esta gente a la que admiro sea crítica con el Estado, el capital y el patriarcado, a la hora de escribir no puede evitar usar un estilo que, consciente o inconscientemente, está destinado a seducir a sus iguales académicos. En el fondo escriben para un imaginario tribunal de sabios (pocas veces de sabias), escriben para que esta o aquel compañero también marxista o feminista se dé cuenta de lo mucho que valen sus teorías y de lo muy a la última que está (también en el pensamiento existen modas y alardes, conviene no ser hortera, conviene ser cool). Es por el ego, por la autoestima intelectual, por dejar con la boca abierta a todo el congreso, a todo el seminario, a todo el público de las jornadas. Es como si yo fuera peluquera y me empeñara sólo en hacer recogidos de novia para demostrar a las compañeras y compañeros lo mucho que valgo. Es como si, para enseñarles mi valía, me empeñase en hacerle recogidos de novia incluso a la señora mayor que viene para que le carde y le tiña sus cuatro pelos, sería ridículo, ¿no?, pues al haber interiorizado las normas de la academia, al pensar que tienen que enseñarle al mundo lo mucho y difícil que han leído, muchas de estas gentes intelectuales comprometidas se pasan la vida haciendo recogidos de novia que no vienen a cuento. E imagínate cómo serán entonces las intelectuales y los intelectuales que no se comprometen, el personal erudito sin más.
Ya me lo dijo una profesora hace un año. Hay que seguir aprendiendo.
Pues gracias por la entrada. Totalmente a favor del feminismo divulgativo.