Tuve miedo de salir del armario con una niña de cinco años que me preguntaba repetidamente si tenía novio. Porque estábamos solas y no quería que su madre luego se enfadara conmigo y, consecuentemente, con mis jefas y ellas, consecuentemente, conmigo. Al final se lo dije.
Luego me sentí culpable un buen rato.
Qué asco. Y qué rabia. Y qué extraño.
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