Hace unas semanas, N. me comentaba que no sabía en qué momento habíamos dejado de ser observadas en la calle. En su barrio, en el mío, en el centro, en el metro, en el Cercanías, en los bares... Las miradas y, sobre todo, los insultos, se habían convertido en algo muy poco habitual. Y tenía razón.
El sábado, N. me acompañó al mediodía al barrio donde está mi academia de árabe, antes de la clase. Creo que todavía tienen tortícolis todas las personas que pasaron por esa plaza y que todavía se habla de las dos lesbianas que se sentaron en ese banco. Hacía tiempo que no me sentía tan incómoda. Se me olvida que el mundo no es la Gran Vía.
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Qué gran frase has escrito: "Se me olvida que el mundo no es la Gran Vía"