Sustenido (Dalila Gonçalves, 2014) |
En 2005, Judith Jack Halberstam publica In a Queer Time and Place: Transgender Bodies, Subcultural Lives. La obra proclama la existencia de un tiempo específicamente cuir, de un espacio específicamente cuir. En su introducción, habla de las queer temporalities. La temporalidad cuir emerge en los años ochenta junto con el sida, cuando la amenaza constante de la inexistencia de un futuro enfatiza el aquí y el ahora; así, se generan comunidades que giran en torno a las ideas de riesgo, infección, muerte, en lugar del convencional énfasis en la longevidad y en las proyecciones a futuro.
Las temporalidades cuir también se acercan a las posibilidades de una vida donde se improvisen los conceptos de familias, herencias, crianzas: "Las subculturas cuir producen temporalidades alternativas al permitir a sus integrantes creer en unos futuros que pueden ser imaginados de acuerdo a unas lógicas ajenas a los marcadores paradigmáticos de la experiencia vital: nacimiento, matrimonio, reproducción, muerte".
Halberstam se acerca al trabajo de David Harvey, La condición de la posmodernidad (1989), que trata el carácter construido del tiempo y a su relación con las exigencias productivistas del capitalismo, que no hace más que naturalizarlo. Sin embargo, critica cómo Harvey obvia cómo existe cierta normatividad en la construcción del tiempo y cómo se sexualiza y racializa.
Se ha seguido escribiendo sobre temporalidades cuir en el contexto académico estadounidense: Time Binds: Queer Temporalities, Queer Stories (Elizabeth Freeman, 2010) o el número especial Queer Temporalities de la revista GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies.
Hablaba con L. hace un par de semanas sobre las posibilidades de pensar, igual que hizo Halberstam con la variable cuir, unas temporalidades locas. Si el tiempo es un concepto construido, cuya comprensión varía según la cultura en la que hayamos crecido, que se desarrolla de acuerdo a cierta normatividad de la que surgen grietas en función de equis variables (raza, condición migrante, género, clase social...), también tiene sentido pensar en cómo varía la concepción del tiempo en los márgenes de la salud mental.
L. y yo habíamos hablado ya de la muerte, y de cómo esa negación de la mortalidad como negación de la vulnerabilidad propia de la sociedad occidental contemporánea, tal y como la definía Coll-Planas, no se ajustaba a la visión que teníamos desde los márgenes de la salud mental. Si no nos centráramos en la idea de finitud o de mortalidad, sino en una imagen más amplia de la idea de tiempo, también podríamos pensar un tiempo diferente (no necesariamente más bonito o subversivo, simplemente diferente al concepto hegemónico).
Podríamos pensar en la ansiedad, en cómo las personas acostumbradas a lidiar con ella, con los bucles obsesivos y con los ataques de pánico en su día a día tienen facilidad para manejar el concepto de insoportabilidad, la idea de sentir que te mueres al mismo tiempo que sabes que no te mueres, tener integrada la compatibilidad entre mortalidad inminente (finitud) y eternidad en la emoción (infinitud). Podríamos pensar en la depresión y en el tiempo circular, en el tiempo en blanco, en el tiempo vacío de tiempo. Podríamos pensar en el insomnio y en los ciclos diurnos-nocturnos. Podríamos pensar en la proyección a futuro cuando tienes integrada la posibilidad de una fractura mañana, en un mes, en un año. Podríamos pensar en la linealidad del ciclo vital cuando tienes diferentes fechas de cumpleaños. Temporalidades locas. Con sus grietas cuir, sus grietas racializadas, sus grietas sexualizadas, sus grietas de clase, sus grietas migrantes.
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