La última es Manifiesto. Hablo por mi diferencia (Pedro Lemebel, 1986), una instalación compuesta por fotografía en blanco y negro, una caja de luz y una grabación sonora de ocho minutos, que se exhibía en Mínimas resistencias (MNCARS). Este es el texto del manifiesto, una dura crítica a la homofobia en la izquierda.
Usted no sabe
Qué es cargar con esta lepra
La gente guarda las distancias
La gente comprende y dice:
Es marica pero escribe bien
Es marica pero es buen amigo
Súper-buena-onda
Yo no soy buena onda
Yo acepto al mundo
Sin pedirle esa buena onda
(...)
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero
Y ésa es mi venganza
Y esa es mi venganza. En realidad me duele el manifiesto y quiero gritarle que no a ese "yo no voy a cambiar por el marxismo / que me rechazó tantas veces / no necesito cambiar / soy más subversivo que usted / (...) tampoco porque el capitalismo es injusto / en nueva york los maricas se besan en la calle". Pero me emociona y me excita ese "pongo el culo, compañero, y ésa es mi venganza".
Diagonal publicaba hace una semana el artículo Lo necesario, donde recuerda la declaración del colectivo argentino H.I.J.O.S. (Por la Identidad y la Justicia Contra el Olvido y el Silencio): "Venganza, por definición, sería robarles sus hijos, secuestrarlos, torturarlos, violarlos, tenerlos en cautiverio, tirarlos vivos al mar, robarles sus bienes, fusilarlos. Nunca hicimos nada de eso ni lo haremos (...). Nuestra única venganza es ser felices". El artículo se pregunta por las condiciones de posibilidad de la felicidad como resistencia en el sistema neoliberal: "Una vida feliz no es necesariamente una vida complicada. No lo es. Para algunas, al contrario, se trata de una vida sencilla: no una vida fácil sino una vida sencilla. Pero la sencillez es lo más difícil de pensar, lo más difícil de conseguir. Lo es porque la lógica del capitalismo desplaza continuamente lo necesario (derecho a la sanidad, educación, trabajo...) al ámbito de lo imposible. Si lo necesario se hace imposible, más que nunca ahora necesitamos desear lo imposible. Querer ser felices es ya rebelarse".
Hablaba con A. y con D. la semana pasada sobre lo subversivo de la risa, sobre el poder del sentido del humor. He pasado muchos años enfadada: quién me devuelve mis quince, mis dieciséis, mis diecisiete, mis... La embriaguez de la metamorfosis fue el primer libro de Stefan Zweig que me prestó N. y el primero suyo que leí. Christine y Ferdinand están furiosxs porque el sexismo, la disciplina militar, el estado, el clasismo... les ha robado la vida. En el último capítulo deciden matarse juntxs, hasta que comprenden que no querían "huir de la vida, sino de nuestra pobreza, de esta pobreza estúpida, repugnante, insoportable e ineludible. Sólo eso. Y creíamos que el revólver era el último y único camino. Pero lo veíamos de manera equivocada. Ahora sabemos que también existe otro camino, el penúltimo". Finalmente, planifican un cuantioso robo al erario público para escapar e intentar ser felices, no sin miedo: "No me malinterpretes. No tengo ni gota de reparos morales, me siento del todo libre en lo que respecta al estado. Ha cometido crímenes enormes contra todos nosotros, contra nuestra generación, de suerte que tenemos todo el derecho. Podemos hacerle todo el daño que queramos, nosotros, toda una generación derrotada, y cuanto hagamos sólo será una simple indemnización por daños y perjuicios". Su venganza será intentar ser felices.
Aun con todos los privilegios que me atraviesan, he pasado años furiosa con el mundo. He pasado años furiosa por que me robaran tanto tiempo, por que el sistema cissexista, lesbófobo, capacitista e inhumanamente capitalista me hubiera construido como me construyó, con las palabras del DSM y las noches sin dormir. Pero, como Ferdinand y Christine, hay que encontrar el penúltimo camino, y sin ningún reparo moral. Porque nuestra venganza tiene que pasar por poner el coño y poner el culo siempre que queramos, y no la otra mejilla, como diría Lemebel, por buscarle grietas al sistema y tratar de generar redes que se hagan hueco entre la atomización en la que nos pretenden encerrar, por querernos y por encontrarnos, por reírnos en su cara y hacerlo de verdad, nuestra venganza tiene que pasar por ser felices. O al menos intentarlo. Y todos los años que nos han robado habrán servido para algo, para que esa alegría sea infinitamente más real. Nuestra venganza es vivir y seguir sobreviviendo.