Incoherencia semántico-sexual

Ya de pequeña cometía muchos errores en el habla en cuanto a la coherencia de género: tan pronto hablaba en masculino como en femenino. De hecho, recuerdo que el gran número de veces que emitía masculinos en primera persona, me sentía realmente culpable y avergonzada. No entendía por qué no me salía una voz interior femenina de forma natural. Entre eso y que me tiraran más las niñas que los niños, llegaba a temer ser transexual. ¿Habría oído hablar entonces de la transexualidad? ¿Qué es y cómo era lo que temía exactamente? Sólo recuerdo un vago temor a la diferencia, no a la diferencia tal cual la comprendía entonces, ser más altx o más bajx, tener tetas antes o después, que tus padres estuvieran juntxs o separadxs... sino a una diferencia mayor, una diferencia terrible y enorme.

Desde entonces han cambiado un poco las cosas. Ahora sonrío por dentro cuando cometo esos errores gramaticales (¿errores?) y no puedo evitar sentir una predilección secreta por lxs amigxs que, sin ningún tipo de intencionalismo político-sexual, hablan utilizando indistintamente el masculino y el femenino, sin llegar a darse cuenta.

Leyendo el espléndido Devenir Perra, de Itziar Ziga, que me regalaron unas amigas por mi cumpleaños, rescato este párrafo (y no es el primero que citaré, me temo):


Abogo desde aquí por la discordancia de género como mecanismo de sabotaje
sexual y lingüístico. Nunca me ha salido del coño generalizar en masculino, pero
tampoco quiero entorpecer mi narración con tediosas
as/os o arrobas o
estrellitas. La segregación biológio-social de género es para mí cada vez más
turbia. Ya no sé lo que es una mujer, ni me interesa. A mi abuela Susana
Goikoetxea, que tiene ahora noventa y ocho años, lo primero que le patinó cuando
empezó a perder las conexiones con su entorno fue el concepto establecido de
género. Nos hablaba a nosotras en masculino y lo mezclaba todo.
Aupa, amona, por fin te has librado del lenguaje simbólico que te destinó a ti y a todas
las mujeres a servir en la casta inferior.

Pues lo dicho, seguiré la rebeldía senil de mi
amona Susana y no
suscribiré la lógica semántico-sexual que nos ha puteado a ella, a mí, a ellos,
a todas.


De momento, en lenguaje escrito seguiré abogando por las equis (me parece que no entorpecen la narración como el os/as, las arrobas o los asteriscos; me parecen estéticamente atractivas, para qué nos vamos a engañar; e incluyen, además del masculino y el femenino, a todos los géneros que te puedas imaginar). Para el lenguaje oral, sin embargo, voy a empezar a introducirme en el maravilloso mundo de la incoherencia (¿incoherencia?) semántico-sexual.

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