Uno de los actos de protesta llevados a cabo por la asociación Act Up-París que más hostilidad suscitó trataba, precisamente, de denunciar esa prohibición [del matrimonio LGB]. Para ello, miembros del colectivo interrumpieron e impidieron el normal desarrollo de una ceremonia nupcial. Invitados y contrayentes reaccionaron con una exacerbada violencia; una hostilidad que refleja hasta qué punto consideran los y las heterosexuales inalienable y sagrado su derecho al matrimonio.
Me ha encantado y me ha recordado a la entrada Matrimonios humanos. Cuando me he preguntado qué sentiría si un grupo de activistas en favor de, por ejemplo, el matrimonio de tríos o de grupos de personas, interrumpiera e impidiera el curso de mi boda, me he dado cuenta de que sería muy distinto. Sí, me enfadaría. Sí, me daría rabia. Pero, pese al cabreo, entendería que es justo. Me sentiría culpable. Y sentiría miedo.
Una pareja hetero se cabrearía y, dependiendo de su nivel de alianza, lo sentiría más o menos justo y se sentirían más o menos culpables. Pero dudo que sintiera miedo. O ese tipo de miedo. Esa fragilidad. Ese saber que, en cualquier momento, van a prohibir que se casen. Van a ilegitimar a sus hijos. Van a recortar sus derechos. A veces me gustaría que lo sintieran, aunque fuera sólo un ratito.
Me ha encantado la acción. Pero sería mejor si se lograra que esa pareja hetero cuya boda interrumpes (estaría mejor si fuera la de lxs hijxs de Aznar, la de un miembro de la familia real...) sintiera que exista la posibilidad de que nunca puedan casarse (y el matrimonio no es un papel ni es amor, el matrimonio es un seguro, unas certezas, unos derechos). Pero, claro, eso jamás lograrán entenderlo.
Política de símbolos: si yo no me puedo casar, tú tampoco.
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