Las tradiciones intelectuales de las que provengo fabrican la teoría a partir de las vidas compartidas en lugar de encargarla por correo.
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Pero a medida que el feminismo académico deriva más y más lejos de sus raíces activistas, mientras que el elitista galimatías de la jerga postmoderna hace que sea algo cada vez menos aceptable hablar de forma comprensible, he sentido amenazada, cada vez más a menudo, mi confianza en mí misma.
Observo cómo mi vida y lo que sobre ella he teorizado se convierte en la materia prima del conocimiento de otras personas. Esto me recuerda al árbol indio de neem, utilizado durante milenios como repelente de insectos y patentado ahora por una compañía multinacional farmacéutica. Las mujeres campesinas desarrollaron la tecnología para extraer y preparar el aceite para el uso local, pero para las multinacionales el uso local es un desperdicio. Han sido capaces de patentar exactamente el mismo proceso, realizado a un volumen mucho mayor y envasado para la exportación.
Mi vida intelectual y la de otras intelectuales orgánicas, muchas de ellas mujeres de color, es en sí misma lo suficientemente sofisticada para su utilización. Pero para que adquiera valor en el mercado, los empresarios y promotores de las multinacionales deben encontrar un modo de procesarla, de refinar la rica multiplicidad de nuestras vidas y todo lo que hemos llegado a comprender acerca de ellas y convertirlas en alta teoría por el simple método de extirpárnosla, someterla a un proceso de abstracción que la hará irreconocible, extraerle la fibra, hervirla hasta que la vitalidad se esfume por un proceso de oxidación, y comerciar después con ella como algo propio, revendiéndonosla más cara de lo que podemos permitirnos.
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A los estudiantes con los que trabajo se les ha enseñado a dar a los libros mucha más autoridad de la que dan a sus vidas; tanto es así que encuentran un desafío extremo en escribir una respuesta autobiográfica a las lecturas y conferencias. Lo que mejor saben hacer es ordenar en una secuencia lógica las opiniones que otras personas han publicado, parafraseando a una u otra escuela de pensamiento acerca del tema propuesto.
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Cuando retomé por primera vez la educación superior, como escritora profesional de mediana edad con muchos años a mi espalda de hablar en público, aun con toda la confianza que ello me daba, me sentía humillada por el impenetrable lenguaje con el que el pensamiento académico viene envuelto hoy en día. Pero pensé que tan sólo sería cuestión de superar mi torpeza con la jerga. Un problema de falta de entrenamiento. [...] creía que esta nueva disposición impecable de las palabras era una habilidad que sólo necesitaba ser adquirida.
Ya no lo pienso. El lenguaje en el que se expresan las ideas nunca es neutro. El lenguaje que usan las personas revela importante información acerca de con quiénes se identifican, cuáles son sus intenciones, para quién están escribiendo o hablando. El envoltorio es la mercantilización del producto y cumple la función exacta para la que se ha diseñado. El lenguaje innecesariamente especializado se utiliza para humillar a quienes se supone que no deben sentirse autorizados para entenderlo. Vende la ilusión de que sólo quienes pueden manejarlo son capaces de pensar.
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Pero mi elección de leer lo legible tiene que ver con un orden de prioridades diferente. El lenguaje está ligado al contenido, y el contenido que yo busco es una teoría y una práctica intelectual que me resulte de utilidad en una investigación activista cuyas prioridades son, sobre todo, democratizadoras.
Aurora Levins Morales (2001 [2004]): "Intelectual orgánica certificada" en La Eskalera Karakola (ed.): Otras inapropiables. Feminismo desde las fronteras. Madrid: Traficantes de Sueños. Licencia de reproducción Creative Commons.
Voy a lamerme las heridas.