De armarios y abuelos (II)

Es el momento del bloqueo mental en el que una chispa de racionalidad salta como por azar en el cerebro heterosexual asediado por una confesión inesperada: “¿Es que las maricas pueden ser como mi mejor amigo, como mi hermano, como mi hijo, como mi sobrino, como mi marido? ¿Tan normales, tan agradables, tan cariñosos, tan educados, tan listos, tan admirables? ¿Es que es posible que yo sienta afecto por una marica y que sea una parte tan importante de mi vida?” Y comienzan a cuestionarse el prejuicio. A veces no es todo tan horrible, hay heteros estupendos.

Ricardo Llamas y Paco Vidarte: Homografías

No sé si seré la única persona del mundo que redactó, imprimió y leyó su salida del armario.

Lxs p/madres no tienen siempre la razón, a mi abuela no le dio ningún infarto y estoy oficialmente fuera del armario con el mundo entero.

Hubo un momento en que realmente me creí que lo hacía por ellxs. Pero lo he hecho, casi exclusivamente, por mí. Cuando la senté en la salita de desayunar y saqué mi guión, ya sabía que lo estaba haciendo por mí, que no leería más que una sucesión de mentiras para cerrarle el camino al enfado.

Por un segundo, pensé que eso no era lo correcto. Que no pasaba nada por sonreír y callar las Navidades que queden en León.

Pero el egoísmo está subestimado.

Los heteros (y perdón por generalizar como algunos de ellos lo hacen cuando hablan de las maricas o de los homosexuales o de las lesbianas) se ponen nerviosísimos ante una marica agresiva saliendo del armario atacada y como una loca, dando portazos en la cara a diestro y siniestro. Hay que quitarle la iniciativa al que escucha, cortarle todas las salidas, devolverle invertidas todas las preguntas, hacerle ver que hasta la fecha no se está seguro de su heterosexualidad porque nunca ha alcanzado el nivel discursivo, y mucho menos el de una confesión. No es lo mismo situarse frente a un armario y que de él salga la cenicienta, tímidamente, primero asomando su sucia naricilla, luego un dedo, luego toda la manecita, luego un pie, pedir permiso con un hilillo de voz, y decir tan bajito que casi no se oye: “soy lesbiana”, “soy gay”, “soy homosexual”, etc., a que salga una especie de Chewbacca enfurecido con todos sus rubios pelos de punta mascullando no se sabe muy bien qué, pero dejando bien a las claras que lo suyo no es hacer concesiones. Si no haces esto último, estás muerta y entregada y presta a ser degollada, o lo que es peor, a que te traten con condescendencia, comprensión, consuelo, babitas y que te hablen flojito ellos también.

Cuando se sale del armario no sé por qué los heteros siempre empiezan a hablar flojito, muy flojito. Como quien acaricia a un perrillo asustado para tranquilizarlo y darle confianza. Nada, nada. ¿Para qué darles ventaja? Hay que salir del armario a lo Van Damm, a lo Rambo o a lo Demi Moore, a lo Juana de Arco, a lo marine (no se me ocurre nada más obsceno, ineducado y violento). Formando una escandalera de la hostia. No hay que abrir la puerta, sino derribarla a patadas y que tengan cuidadito fuera con las astillas, y salir hecho una alimaña, metralleta en mano, pantalones de camuflaje, y pintura negra bajo los ojos, que siempre impone mucho (al fin y al cabo nos gusta travestirnos y pintarnos ¿no?); o tipo el monstruo de Alien. ¿Qué pasa? Soy bollo y a ver si te voy a partir la cara. Al fin y al cabo, son ellos los que nos han metido en el armario y el cabreo es comprensible. Es una liberación, es salir de la cárcel y para ello no hay que pedir permiso. Es un acto revolucionario. Nada de contemplaciones con el carcelero ni con quienes silenciaban nuestra prisión, la incentivaban o promovían como fuera. El factor sorpresa es fundamental. Para romper el hielo es suficiente. Luego, poco a poco, sin bajar nunca la guardia, se puede ir llegando a un tono de conversación más habitual, sin perder la naturalidad ni la espontaneidad nunca (a estas alturas convendría haberse quitado ya el disfraz de Rambo). Y sin mostrar flaquezas, debilidades, ni miramientos. Hay que demostrar -o fingir- que la reclusión en el armario no nos ha afectado para nada. Nos metieron allí para ver si nos curaban o si cambiábamos de idea y al salir hay que dejar bien clarito que las prácticas de reclusión son contraproducentes y que salimos más maricas que entramos, más cabreados, para no volver a entrar nunca y para luchar por la destrucción de una práctica tan salvaje, el armario perpetuo: algo que atenta contra los derechos del niño, del adolescente, del joven, del adulto y del anciano, porque puede durar toda la vida. Dan mucha pena los niños en las cárceles, pero a nadie se le cae una lagrimita por los niños y adolescentes metidos en el armario. En fin, la hipocresía de siempre.

Otra estrategia posible si no se quiere poner en práctica esta salida del armario que puede resultar un tanto ridícula y sobreactuada, o si nos sienta fatal el disfraz de marine de los EE.UU., es eso que ahora se da en llamar la política de hechos consumados. A saber, pasar de la confesión, pasar de tener que decirlo, que verbalizarlo. Si ellos no lo hacen, nosotros tampoco. De pronto el hermanito viene con la novia a casa o con la revista porno que le descubre mamá debajo del colchón. Pues nosotros le plantamos al novio un beso en los morros en medio del salón y nuestros chulos impresos a todo color debajo de la cama, como todo hijo de vecino. Tratamiento de shock. La contraofensiva puede ser brutal. Pero, si se está alerta y con todo lo necesario en la trinchera para arrasar al enemigo, no hay nada que temer. Siempre te pueden echar de casa. Pues tú vas y te quedas. Que llamen a la policía. Si no te dan de comer, saqueas la nevera. Si no te dan dinero, lo robas o vendes el televisor. Si no te compran ropa, te pones la de mamá. Y no dejes de llevar a tus amigos a casa. Convierte la salita de estar en una manifestación diaria. Un heterosexual no puede vivir en un estado de cabreo permanente, pero una marica es marica las veinticuatro horas del día. Y ser marica, de por sí, ya es una lucha. Sin que haya que hacer nada del otro jueves. La gente se cansa de estar cabreada, pero una no se cansa nunca de ser maribollo. Ésa es nuestra ventaja.

Ricardo Llamas y Paco Vidarte: Homografías



Aunque no deja de ser motivo de tristeza cabreo que, en los recorridos interrogatorios sobre las vidas sentimentales de todos y cada uno de mis primos y hermanos que se desarrollan en las cenas y comidas en León, siempre se olviden, casualmente, de preguntarme por la mía.

2 reacciones

  1. No sabes hasta qué punto te entiendo, empatizo y comparto contigo todo lo que dices. Yo también salí del armario con TODO el mundo, aunque no redacté ni imprimí mi salida. Casualmente a mí tampoco me preguntan por mi vida sentimental, es más sencillo hacer cómo que no existe, un clásico en mi familia.

  2. A mí sólo me quedaban mis abuelxs maternxs y, mira, no ha sido para tanto. Creo que, la próxima vez (y la próxima vez llega en Nochevieja y en Reyes) voy a ignorar que no pregunten y dar por hecho su interés...

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