De armarios y abuelos (II)

Es el momento del bloqueo mental en el que una chispa de racionalidad salta como por azar en el cerebro heterosexual asediado por una confesión inesperada: “¿Es que las maricas pueden ser como mi mejor amigo, como mi hermano, como mi hijo, como mi sobrino, como mi marido? ¿Tan normales, tan agradables, tan cariñosos, tan educados, tan listos, tan admirables? ¿Es que es posible que yo sienta afecto por una marica y que sea una parte tan importante de mi vida?” Y comienzan a cuestionarse el prejuicio. A veces no es todo tan horrible, hay heteros estupendos.

Ricardo Llamas y Paco Vidarte: Homografías

No sé si seré la única persona del mundo que redactó, imprimió y leyó su salida del armario.

Lxs p/madres no tienen siempre la razón, a mi abuela no le dio ningún infarto y estoy oficialmente fuera del armario con el mundo entero.

Hubo un momento en que realmente me creí que lo hacía por ellxs. Pero lo he hecho, casi exclusivamente, por mí. Cuando la senté en la salita de desayunar y saqué mi guión, ya sabía que lo estaba haciendo por mí, que no leería más que una sucesión de mentiras para cerrarle el camino al enfado.

Por un segundo, pensé que eso no era lo correcto. Que no pasaba nada por sonreír y callar las Navidades que queden en León.

Pero el egoísmo está subestimado.

Los heteros (y perdón por generalizar como algunos de ellos lo hacen cuando hablan de las maricas o de los homosexuales o de las lesbianas) se ponen nerviosísimos ante una marica agresiva saliendo del armario atacada y como una loca, dando portazos en la cara a diestro y siniestro. Hay que quitarle la iniciativa al que escucha, cortarle todas las salidas, devolverle invertidas todas las preguntas, hacerle ver que hasta la fecha no se está seguro de su heterosexualidad porque nunca ha alcanzado el nivel discursivo, y mucho menos el de una confesión. No es lo mismo situarse frente a un armario y que de él salga la cenicienta, tímidamente, primero asomando su sucia naricilla, luego un dedo, luego toda la manecita, luego un pie, pedir permiso con un hilillo de voz, y decir tan bajito que casi no se oye: “soy lesbiana”, “soy gay”, “soy homosexual”, etc., a que salga una especie de Chewbacca enfurecido con todos sus rubios pelos de punta mascullando no se sabe muy bien qué, pero dejando bien a las claras que lo suyo no es hacer concesiones. Si no haces esto último, estás muerta y entregada y presta a ser degollada, o lo que es peor, a que te traten con condescendencia, comprensión, consuelo, babitas y que te hablen flojito ellos también.

Cuando se sale del armario no sé por qué los heteros siempre empiezan a hablar flojito, muy flojito. Como quien acaricia a un perrillo asustado para tranquilizarlo y darle confianza. Nada, nada. ¿Para qué darles ventaja? Hay que salir del armario a lo Van Damm, a lo Rambo o a lo Demi Moore, a lo Juana de Arco, a lo marine (no se me ocurre nada más obsceno, ineducado y violento). Formando una escandalera de la hostia. No hay que abrir la puerta, sino derribarla a patadas y que tengan cuidadito fuera con las astillas, y salir hecho una alimaña, metralleta en mano, pantalones de camuflaje, y pintura negra bajo los ojos, que siempre impone mucho (al fin y al cabo nos gusta travestirnos y pintarnos ¿no?); o tipo el monstruo de Alien. ¿Qué pasa? Soy bollo y a ver si te voy a partir la cara. Al fin y al cabo, son ellos los que nos han metido en el armario y el cabreo es comprensible. Es una liberación, es salir de la cárcel y para ello no hay que pedir permiso. Es un acto revolucionario. Nada de contemplaciones con el carcelero ni con quienes silenciaban nuestra prisión, la incentivaban o promovían como fuera. El factor sorpresa es fundamental. Para romper el hielo es suficiente. Luego, poco a poco, sin bajar nunca la guardia, se puede ir llegando a un tono de conversación más habitual, sin perder la naturalidad ni la espontaneidad nunca (a estas alturas convendría haberse quitado ya el disfraz de Rambo). Y sin mostrar flaquezas, debilidades, ni miramientos. Hay que demostrar -o fingir- que la reclusión en el armario no nos ha afectado para nada. Nos metieron allí para ver si nos curaban o si cambiábamos de idea y al salir hay que dejar bien clarito que las prácticas de reclusión son contraproducentes y que salimos más maricas que entramos, más cabreados, para no volver a entrar nunca y para luchar por la destrucción de una práctica tan salvaje, el armario perpetuo: algo que atenta contra los derechos del niño, del adolescente, del joven, del adulto y del anciano, porque puede durar toda la vida. Dan mucha pena los niños en las cárceles, pero a nadie se le cae una lagrimita por los niños y adolescentes metidos en el armario. En fin, la hipocresía de siempre.

Otra estrategia posible si no se quiere poner en práctica esta salida del armario que puede resultar un tanto ridícula y sobreactuada, o si nos sienta fatal el disfraz de marine de los EE.UU., es eso que ahora se da en llamar la política de hechos consumados. A saber, pasar de la confesión, pasar de tener que decirlo, que verbalizarlo. Si ellos no lo hacen, nosotros tampoco. De pronto el hermanito viene con la novia a casa o con la revista porno que le descubre mamá debajo del colchón. Pues nosotros le plantamos al novio un beso en los morros en medio del salón y nuestros chulos impresos a todo color debajo de la cama, como todo hijo de vecino. Tratamiento de shock. La contraofensiva puede ser brutal. Pero, si se está alerta y con todo lo necesario en la trinchera para arrasar al enemigo, no hay nada que temer. Siempre te pueden echar de casa. Pues tú vas y te quedas. Que llamen a la policía. Si no te dan de comer, saqueas la nevera. Si no te dan dinero, lo robas o vendes el televisor. Si no te compran ropa, te pones la de mamá. Y no dejes de llevar a tus amigos a casa. Convierte la salita de estar en una manifestación diaria. Un heterosexual no puede vivir en un estado de cabreo permanente, pero una marica es marica las veinticuatro horas del día. Y ser marica, de por sí, ya es una lucha. Sin que haya que hacer nada del otro jueves. La gente se cansa de estar cabreada, pero una no se cansa nunca de ser maribollo. Ésa es nuestra ventaja.

Ricardo Llamas y Paco Vidarte: Homografías



Aunque no deja de ser motivo de tristeza cabreo que, en los recorridos interrogatorios sobre las vidas sentimentales de todos y cada uno de mis primos y hermanos que se desarrollan en las cenas y comidas en León, siempre se olviden, casualmente, de preguntarme por la mía.


Temporada de reyes

El viernes pasado fui drag king en una fiesta de cumpleaños a la que debíamos acudir vestidxs de etiqueta. Hoy leo un artículo en Pikara Magazine sobre el tema y ayer leía este párrafo en "Desde los márgenes: prácticas y representaciones de los grupos queer en el Estado español", el primer capítulo, escrito por Gracia Trujillo, de la obra colectiva El eje del mal es heterosexual (se puede comprar o descargar):

La performance de género de un drag-king no es una mera representación escénica (para la que basta con un bigote y un traje), sino el resultado de un proceso de aprendizaje formativo determinado por una serie de circunstancias personales, materiales y sociales. Si las acciones de las dragqueen producen risas o censuras es porque ponen de manifiesto los mecanismos performativos, de repetición, a través de los cuales se produce la ficción de una relación estable entre sexo y género (Butler, 1990). Si las drag-queen parodian la feminidad entendida como «esencia» de las mujeres (biológicas), los drag-kings al reírse de la masculinidad, evidencian la férrea resistencia que existe en la cultura hegemónica a aceptar la masculinidad en términos de performance. La cuestión radica en que la masculinidad, como convención de estilos que se puede manipular, descontextualizar y deformar para provocar efectos no previstos, está asociada al poder (Halberstam, 1998). La masculinidad, en otras palabras, es el estilo del poder. Es cosa de hombres. Y al poder no le gusta que se rían de él, y menos que lo tomen al asalto. En el Estado español, esa resistencia se refleja en la poca difusión que la cultura drag-king ha tenido hasta ahora. En los últimos años, sin embargo, se han realizado varios encuentros, fiestas y talleres de drag-kings. Los drag-kings, como la cultura butch-femme, son revulsivos queer cargados de erotismo e irreverencia ante cierto feminismo normativo (y lesbófobo), ante un lesbianismo feminista horrorizado en general ante las plumas, los roles, los dildos..., ante un movimiento «gay» pulcro y normalizador, y ante una sociedad que insiste en ver a las minorías sexuales como simples copias defectuosas del modelo heterosexual.
Gracia Trujillo


Opresiones y privilegios


Ayer estuve en la librería Berkana, en la presentación de Llueven Queers, un libro autopublicado de ilustraciones y cómic de Coco Riot, artista visual españolx (murcianx, para ser más exactos) de 32 años residente en Canadá.

No conocía el trabajo de Coco Riot (ni de su pareja Elisha Lim, también bastante interesante), del que recomiendo particularme sus Genderpoo, unas láminas que sitúa en los cuartos de baño de galerías o museos de arte contemporáneo o de aquellos institutos de los que le llamen, donde se representa a todos los sujetos no representados por los símbolos tradicionales (desde una sirena con bigote hasta un drag king, pasando por unx trans en silla de ruedas o una monja meando; hay ochenta ilustraciones distintas).

De su discurso, voy a quedarme con lo que más me gustó, en relación a las intersecciones de opresiones y de privilegios.

Personalmente, desde hace bastantes años, comento con algunxs amigxs cercanos que soy racista. Obviamente, se escandalizan. Cuando digo que soy racista, no me refiero a que crea en la supremacía de mi raza (blanca), sino a que asumo que he nacido en un sistema en el que se nos inscribe en el cuerpo el privilegio de la raza. Lo importante es descubrirlo y construirse, deconstruirse, reconstruirse.

Además de intersecciones de opresiones (de las que tanto nos gusta, como es lógico, hablar: sistema sexista y heteronormativo, en mi caso), olvidamos muchas veces las intersecciones de privilegios (raza blanca, europea, con papeles, clase media, sin identidad religiosa, estudios superiores, seronegativa, con capacidades funcionales...: también en mi caso). Si no estás del lado delx oprimidx, es muy probable que estés del lado delx opresorx. Esto me recuerda a lo que comenté acerca de los matrimonios humanos: ser parte de una minoría oprimida no te convierte en aliadx de otrxs discriminadxs.

Bien es cierto que esta dialéctica marxista opresorx/orpimidx no me convence, pues vuelve a los mismos binarismos estructuralistas que tratamos de combatir e ignora la figura del aliadx: si yo no soy negra, ni soy musulmana, ni soy sin papeles, ni soy puta, ¿no puedo escapar de la posición de opresora? ¿no hay cabida a redes de colaboración, de solidaridad? Claro que las hay, pero requieren un trabajo inmenso de deconstrucción y reconstrucción.

Hablando de esto con Coco al final de la presentación, me recomendó una serie de páginas sobre estos temas con las que trabaja para elaborar talleres con personas blancas no migrantes. Me aclaró que, evidentemente, la dicotomía opresorx/oprimidx es un constructo que borra los matices, pero que, en el caso de la raza, por ejemplo, es muy peligroso mostrarle el canto alx blancx: en cuanto ve que hay algo más aparte de las dos caras de la moneda, escapa por ahí antes de tiempo.

En concreto, me habló de Colours of Resistance (cuya URL parece caducada y no encuentro otra referencia), de Racialicious y del movimiento No One is Illegal. En este proyecto de la Universidad de Harvard hay diferentes test para conocer tu nivel de racismo, homofobia, islamofobia, gordofobia... Muy recomendable.


La marca de género

Monique Wittig (Alsacia, 1935-Arizona, 2003), de la que ya he hablado en este blog, se propuso a lo largo de su obra destruir la categoría de sexo/género/deseo en el lenguaje. De hecho, su texto mítico L'Opoponax (1963) está redactado desde el pronombre personal francés on, que no tiene género ni número. Por otro lado, en Las Guerrilleras (1969), hace uso del pronombre elles, sin intención de escribir acerca del sujeto femenino, sino del sujeto universal, que en El cuerpo lesbiano se convierte en un j/e.

[El j/e] no es un yo destruido. Es un yo que se ha vuelto tan poderoso que puede atacar el orden de la heterosexualidad en textos y asaltar al así llamado amor, a los héroes del amor, y lesbianizarlos, lesbianizar a los símbolos, lesbianizar a dioses y diosas, lesbianizar a hombres y mujeres.
Monique Wittig, La marca de género

En diferentes partes de su obra, Wittig considera que el lenguaje es neutro y que lo que es sexista es el uso que hacemos de él. Este pensamiento es atractivo, pero sus continuas referencias a una lengua previa a la Ley le hacen caer en algunas contradicciones y me hacen sospechar, como de todos los feminismos que buscan y buscan ese periodo previo al patriarcado, anterior y fuera de la Ley.

Monique Wittig piensa que el femenino sólo existe como marca de género, visibilizando su sexo de esta forma, mientras que el masculino es el elemento universal, el elemento no marcado. La eliminación de la imposición de género instaura, pues, la homosexualidad y universalidad en el lenguaje. La expresión escritura femenina, tan defendida por Luce Irigaray (y otras autoras francesas, como Hélène Cixous) sería, para Wittig (pdf), "defender justo aquello contra lo que su pensamiento y su texto se dirige, es decir, la existencia de una humanidad diferenciada social y políticamente en sexos dicotómicos y marcada en el lenguaje por el género gramatical".

Wittig considera que la distinción de género, de ambos sexos, es una estrategia de un lenguaje sexista, asegurándose de la presencia del sexo masculino mediante la producción del género que lo niega, el femenino. El género masculino, por tanto, 'es', mientras que el femenino 'es lo Otro' y se queda en la mera diferencia. Otra feminista francófona contemporánea, Luce Irigaray (belga residente en París, 1932), representante clave del feminismo de la diferencia, respondió en 1985 con Parler n'est jamais neutre a esta afirmación. Irigaray sostiene que "el sexo femenino no es una carencia ni un Otro que inherente y negativamente define al sujeto en su masculinidad. Por el contrario, el sexo femenino evita las exigencias mínimas de la representación, porque no es ni Otro ni carencia, pues esas categorías siguen siendo relativas al sujeto sartreano" (fuente).

De esta forma, Wittig se propone la eliminación de marca de género en el lenguaje, mientras que Irigaray defiende una política de enunciación femenina y feminista. Mientras que me resulta mucho más atractiva la perspectiva de Wittig, entiendo la importancia de la visibilidad derivada del discurso de Irigaray, aunque el uso estratégico de la categoría de sexo/género/deseo corra el riesgo de ontologizar los discursos: como todo lo estratégico, da miedo terminar por creerlo verdad.

Vosotras, vosotros, vosotrxs, ¿con qué os quedáis?


Estás llenx de prejuicios

Smack my bitch up - The Prodigy from Jöl Brito on Vimeo.


Este vídeo ha sido censurado en infinidad de ocasiones. Por misoginia, generalmente. A mí me gusta por otros motivos. Enfréntate a tu sexismo.


Matrimonios humanos

Hace tres años, en el curso de verano de la Universidad Autónoma de Madrid Unas sexualidades otras: repensar la diversidad sexual, una ponente hizo una declaración en relación a las protestas de algunos colectivos e individuos respecto a la legalización del matrimonio igualitario (cito de memoria, sin saber quién fue la responsable de estas palabras; ni siquiera puedo poner la mano en el fuego por que fue en estas jornadas, aunque esté casi segura de ello): "Dicen que no se puede aceptar el matrimonio gay, que tienen miedo, que después qué, que si legalizamos el matrimonio gay luego pedirán que legalicemos los tríos, que a saber... y se supone que nosotrxs debemos contestar que no, que sólo queremos el matrimonio gay. Pues claro que no. Yo les contesto. Pues claro que no. Y qué".

Hoy se celebra el sexuagésimo segundo aniversario de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde entonces, el único término que parece más o menos claro (y eso es mucho decir) es el de declaración. Nadie ha logrado traducir, sin embargo, lo que significa universal, lo que significa un derecho, ni lo que significa ser humano.

Hablando de asuntos más banales, hoy me acuerdo de Brad Pitt. En su día, comentó que no se casaba con Angelina Jolie porque, mientras las personas homosexuales no pudieran acceder libremente al matrimonio en su país, ellxs tampoco querían gozar de ese derecho. Como a mí estas cosas me influyen, independientemente de sus verdaderos motivos y de si finalmente se hayan casado o no, que ni lo sé ni me importa, pues lxs chavalxs me cayeron mejor desde entonces.

Cuando se narra la historia (porque La Historia, en singular y mayúsculas, siempre acaba siendo poco más, o poco menos, que una narración) del sufragismo norteamericano, se suele aludir a la colaboración de mujeres y negrxs y se habla de cómo, cuando los negros obtuvieron el derecho al voto, abandonaron a las mujeres, blancas, negras o mestizas, a su suerte: ellos ya tenían lo que querían y no iban a arriesgarse por... en fin... por las mujeres. Cuando se narra de esta forma la historia sufragista, lxs oyentes suelen escandalizarse ante lo que parece una injusticia escandalosa.

Parece que la anécdota de Brad Pitt y el acontecer sufragista estadounidense no tienen ninguna relación. Brad Pitt no se juega que su reconocimiento como humano y la inteligibilidad de su relación sea puesta en duda aunque se movilice a favor del matrimonio entre personas homosexuales. Sin embargo, es probable que los hombres negros temieran perder su recién estrenada existencia como humanos y ciudadanos intelegibles si se arriesgaban a rechazar el ejercicio de su derecho al voto hasta que las mujeres también contaran con él. Vencieron la supervivencia y el miedo a la muerte social sobre la solidaridad y a la justicia. Es probable que algunos de ellos tampoco reconocieran a las mujeres. Ser oprimidx por algo no te convierte en aliadx en otra área.

Cuando hablamos de matrimonio homosexual, sentimos muchas veces que es el último paso que queda para la igualdad legal de las minorías sexuales, una forma de reconocimiento, de permiso para la afirmación del individuo y del colectivo. En España ya hay igualdad legal, entonces. No hemos esperado mucho para sentarnos y descansar. Está todo el trabajo terminado. Yo, autodesignada mujer lesbiana con prácticas afectivo-sexuales de carácter monógamo y con intención de formar una familia con mi pareja, soy el negro.

Las relaciones afectivas que pueden o no ser raíz de nuevas modalidades de parentesco (comunidades familiares o comunidades de amigxs, parejas afectivo-sexuales abiertas, relaciones afectivo-sexuales grupales, abiertas o cerradas; personas intersexuales que no quieren vivir sujetas a ninguna categoría sexual; personas transexuales que se consideran en perenne transición...) no son el Otro de la norma heterosexual. El Otro se observa desde la norma. Estas relaciones están fuera. No son reconocidas. No son inteligibles. No son humanas. No tienen derechos. Son todavía peor que las mujeres.

Pero nosotrxs nos casamos y formamos nuestras familias mientras nos sentamos y sentimos que nuestro trabajo ha terminado. Y no nos escandalizamos ante lo que ni tan siquiera nos parece una injusticia escandalosa. Vivan lxs novixs. Y tiremos arroz.

Feliz cumpleaños a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

También es el día de mi santo.

PS. Es posible que este artículo esté (excesivamente) influido por un atracón (literal) de Judith Butler. Demasiadas páginas en poco tiempo.


Intersex/Transex

Aunque a veces el intersex y el transexual paracen ser movimientos reñidos entre sí (el primero se declara opuesto a la cirugía, el segundo acepta la cirugía electiva), es muy importante darse cuenta de que ambos cuestionan el principio del dimorfismo natural que debe ser establecido o mantenido a toda costa. Los activistas intersex trabajan para rectificar la errónea presuposición según la cual cada cuerpo alberga una "verdad" innata sobre su sexo que los profesionales médicos pueden discernir y traer a la luz por sí solos. El movimeinto intersex sostiene que el género debe ser establecido a través de la asignación o la elección, pero siempre sin coerción, premisa que comparte con el activismo transgénero y transexual. Este último se opone a formas no deseadas de asignación de género y, en este sentido, reclama un mayor grado de autonomía, una situación también paralela a las reclamaciones intersex. Sin embargo, a ambos movimientos les resulta complicado establecer el significado preciso de autonomía, ya que escoger el propio cuerpo implica, ineludiblemente, navegar entre normas que son trazadas por adelantado y de forma previa a la elección personal o que son articuladas de forma concertada con la agencia de otras minorías. Efectivamente, los individuos dependen de las instituciones de apoyo social para ejercer la autodeterminación con respecto a qué cuerpo y qué género tienen y mantienen, de manera que la autodeterminación se convierte en un concepto plausible únicamente en el contexto de un mundo social que apoya y posibilida la capacidad de ejercitar la agencia. A la inversa (y como consecuencia) resulta que cambiar las instituciones a través de las cuales se establecen y se mantienen las elecciones humanamente viables es un prerrequisito para el ejercicio de la autodeterminación. En este sentido, la agencia individual está ligada a la crítica social y la transformación social. Sólo se determina el propio sentido del género en la medida en qeu las normas sociales existen para apoyar y posibilitar aquel acto de reclamar el género para uno mismo. De esta forma, para tomar posesión de sí mismo el yo debe ser desposeído de la socialidad.

Una tensión que surge entre la teoría queer y los movimientos intersex y transexual se centra en la cuestión de la reasignación del sexo y de las ventajas que conllevan las categorías de género. Si se entiende que, por definición, la teoría queer se opone a toda reivindicación de la identidad, incluyendo la asignación de un sexo estable, entonces la tensión parece realmente intensa. Pero yo sugeriría que, más importante que cualquier presuposición sobre la plasticidad de la identidad o incluso sobre su estatus retrógado, es la oposición de la teoría queer a la legislación no voluntaria de la identidad. Después de todo, la teoría y el activismo queer adquirieron relevancia política al insistir en que el activismo antihomofóbico puede ser ejercitado por cualquiera, independientemente de su orientación sexual y al afirmar que las señas de identidad no son prerrequisitos para la participación política. Aunque la teoría queer se opone a aquellos que desean regular la identidad y establecer premisas epistemológicas prioritarias para quienes reclaman cierto tipo de identidad, no busca tan sólo expandir la comunidad del antivismo antihomofóbico, sino más bien insisitir en que la sexualidad no se resume fácilmente ni se unifica a través de la categorización. Por lo tanto, no se puede concluir que la teoría queer se opone a la asignación de género o que pone en entredicho los deseos de quienes esperan conseguir dichas asignaciones para los niños intersexuados, por ejemplo, aquellos que pueden necesitarlas para funcionar socialmente incluso si posteriormente en su vida cambian dicha asgnación, sabiendo los riesgos que entraña. La presunción que puede hacerse aquí de forma perfectamente razonable es que los niños no tienen por qué tomar sobre sí la responsabilidad de ser los héroes de un movimiento sin haber aceptado previamente dicho rol. En ese sentido, la categorización tiene su lugar y no puede ser reducida a una forma de esencialismo anatómico.

De forma similar, el deseo transexual de convertirse en hombre o mujer no debe ser descartado como un mero deseo de conformarse a las categorías identitarias establecidas. Como indica Kate Bornstein, se puede desear la transformación misma, se puede dar una búsqueda de la identidad como un ejercicio de transformación, como un ejemplo del deseo como actividad transformadora. Aunque en todos estos casos se den deseos de una identidad estable, es crucial darse cuenta de que una vida habitable requiere varios grados de estabilidad. De la misma manera que una vida para la cual no existen categorías de reconocimiento no es una vida habitable, tampoco es una opción aceptable una vida para la cual dichas categorías constituyen una restricción no llevadera.

A mi entender, la tarea de todos estos movimientos consiste en distinguir entre las normas y convenciones que permiten a la gente respirar, desear, amar y vivir, y aquellas normas y convenciones que restringen o coartan las condiciones de vida. A veces las normas funcionan de ambas cosas a la vez, y en ocasiones funcionan de una manera para un grupo determinado y de otra para otro. Lo más importante es cesar de legislar para todas estas vidas lo que es habitable sólo para algunos y, de torma similar, abstenerse de proscribir para todas las vidas lo que es invivible para algunos. Las diferencias en la posición y el deseo marcan los límites de la universabilidad como un relfejo ético. La crítica de las normas de género debe situarse en el contexto de las vidas tal como se viven y debe guiarse por la cuestión de qué maximiza las posibilidades de una vida habitable, qué minimiza la posibilidad de una vida insoportable o, incluso, de la muerte social o literal.

Judith Butler (Deshacer el género, pp. 20-23)


Filosofar a golpe de dildo


El cuerpo es un texto socialmente construido.
Beatriz Preciado

He de reconocer que es la tercera vez que empiezo a leer Manifiesto contra-sexual y sólo la primera que lo termino. Hace poco que lo acabo y ya lo echo de menos. Me hice con un lapicero para subrayar lo que más me impresionara, lo que más deseara recordar, y me sorprendo con pocos párrafos limpios de grafito.

Beatriz Preciado te enseña en pocas páginas que la invención del dildo (a veces llamado consolador o vibrador en castellano) termina con el pene como origen de la diferencia sexual. Beatriz Preciado te abre el ano y te folla la cabeza con sus análisis de Butler, Derrida, Foucault o Deleuze.

El dildo dice: el pene es un sexo de mentira. El dildo muestra que el significante que genera la diferencia sexual está atrapado en su propio juego. La lógica que lo ha instituido es la misma lógica que lo va a traicionar. Y todo ello, bajo pretexto de una imitación, de la compensación de una discapacidad, de un mero suplemento prostético.
BP

Beatriz Preciado te cuenta la muerte de Venus Xtravanza que Judith Butler olvidó relatar. Beatriz Preciado logra darle la vuelta al dilema de la ceguera, del tacto y de la vista, que ya ocupó a Locke, a Diderot, a Voltaire, para llegar desde ahí a la mano moderna masturbadora. Preciado trata de demostrar que no sólo el género es un constructo, sino que el sexo presuntamante biológico y natural también lo es. Tecnología de la sexualidad. Tecnología del sexo. Tecnología de los cuerpos.

En esta entrevista al programa Redes, de La 2, Beatriz Preciado hace un resumen de esa idea, aunque omita toda referencia al dildo como instrumento metodológico.




Es una pena que unx de lxs filósofxs españolxs más importantes sea tan poco valoradx en tantos ámbitos de su propio país de origen.

Una joya de libro, una joya de manifiesto. Qué ganas de hacerme con Testo Yonqui.